miércoles, 24 de julio de 2013

Es tan propio de uno pararse frente al espejo y preguntarnos por lo menos una vez en la vida si la imagen que me esta devolviendo es realmente la verdadera cara de uno mismo. El vidrio es la única forma directa que tenemos de apreciarnos a nosotros mismo, pero lo loco de todo eso es que nunca nos observamos al mismo tiempo que nos reflejamos. Nuestro cuerpo humano, es un cuerpo capaz de reflectar la luz, es por eso que nuestra retina puede captar la imagen, pero siempre con una diferencia, aunque sea mínima, de delay temporal.
Cada momento que percibimos nuestra propia imagen, estamos frente a un fragmento del pasado, no existe presente de nuestro propio rostro, no hay un presente que nosotros seamos capaces de captar de nuestra propia identidad. La filmación y la fotografía son únicamente un recuerdo estático o móvil del pasado.
Solo aquel que me tiene enfrente es cómplice, testigo y victima de cada detalle de mis ojos, boca, pómulos. Ese que nos mira tiene el poder sobre nosotros, y permanecemos completamente desprotegido ante cualquier mueca o facción que pueda llegar a delatarnos. Completamente indefensos algunos y otros nutriéndose del mismo poder y superioridad sobre la imagen del otro. Todo es un juego de espejos, y no hablo de aquel reflector. Todo es una danza de cuerpos donde las habilidades del movimiento y la gracia con la que nos desplazamos nos ponen en evidencia.
 Es muy probable que a causa de esto siempre se dijo que Dios no tiene rostro, no tiene sexo y es aquel que todo lo ve, omnipresente, en tiempo y forma, para el aquel no existe el pasado, pero no convence a aquellos que no depositan su "fe" en un tercero, las cartas se reparten en los creyentes de su propio "yo".