Ana sube lentamente las escaleras. Minuciosa en cada paso,
como si esperase que nadie la oyera caminar en esas altas horas de la noche. Una
puerta al finar del pasillo, con un gris oscuro que rememora el frio de los
meses de Julio. Una llave gastadas de esas que se guardan durante largo tiempo
en los cajones húmedos de una vieja mesada de madera, carcomida por el mismo
germen capaz de generar un ecosistema en miniatura. La loca la siente venir. La espera ansiosa.
Ana sabe que la va a encontrar del otro lado de la puerta. Sabe que si quiere
ella puede salir. Julia de hecho sale. Julia sale siempre que Ana no la ve. Se le escapa de la vista, pero Ana no sabe
hasta que siempre la choca sin querer por los pasillos angostos de la Casa. La
colisión de los cuerpos la lastima tanto hasta sentir placer de los cuerpos
encontrados, en una espacio con los pasillos tan chicos que conectan los
rincones, aun mas solitarios de la Casa vacía. Todos los muebles que Ana por
momentos no recordaba se habían guardado en la habitación de la loca. Cada
pedazo de memoria que se buscaba tapar se habían mudado junto con Julia a la parte superior de la Casa.