viernes, 26 de febrero de 2016

Primero la tenia firmemente en la mano, me había llamado suavemente por mi nombre, con esa calidez que resulta imposible negarse en plena estación donde las aves prefieren no salir de los nidos. Donde no hay canto de libertad.
Aparentemente se sintió comoda de un momento a otro y fue trepando por el brazo hasta llegarme a los hombros. Me pidió, si no era molestia, que me encorve un poco para situarse mejor. Era la primera vez (eso creia) que nos encontrábamos tan de frente. Había escuchado nombrarla unas cuantas veces en las charlas que se extendían hasta las tres de la mañana en el living de casa, pero el sueño me vencía y rogaba llegar antes de morir en el camino de los cuatro metros infinitos hasta la cama, me acostaba con la ropa puesta y me levantaba casi desnuda, sin haber sentido nada bajo la complicidad del sueño y la mano que me arropa. 
Habían pasado pocos segundo, iba asimilando su peso lentamente. Sentia crujir los huesos que se amoldaban a su forma. Ganaba peso tan rapidamente que no me daba tiempo a acomodarme en una nueva posición para poder soportarla. Se me adormecen las manos y me recorre un cosquilleo que sacude mi cuello como un rayo. Me paraliza pero ya no es dolor lo que siento. Ya na no se asemeja a ningún otro dolor que haya experimentado en la vida, ni se le parece a uno de esos momentos cercanos a la muerte que nos dejan vacíos de palabras. Todo lo contrario. Estoy llena de pensamientos que me rebalsan de los ojos hasta tocar el suelo y mojarme parte de pelo. Puedo salpicar las sabanas y humedecer gran parte del colchón. La almohada convertida en esponja absorbe el excedente de memorias y resentimientos. 
Se escapa la nostalgia en cada bocanada de aire, dejo correr los recuerdos que se mantienen frescos.
Se extiende suavemente hacia mi cara. Se estira hasta llegar a rozar mis labios y se va metiendo lentamente en mi boca buscando la calidez que va perdiendo su cuerpo. Se hace dueño de cada parte de mi cuerpo y me va enfriando. Ya no ocupa un lugar, ya paso a formar parte de un todo resquebrajado. Perdí el calor natural. Perdi el tiempo en abrir el alma boca abajo. No hay piel que me abrigue. Directamente ya no hay piel propia. Me la robo. Se la adueño y pretende habitarla el resto de los dias. Todavia no lograrnos llevarnos bien en la bolsa que nos contiene. Aun nos cuesta acomodarnos en el mismo recipiente que nos hace poseedores de los mas trincados sueños, pero conozco bien su nombre aunque no es normal que alguien se llame de esa manera. Cada vez que lo presento a alguien es como si le hubiesen pescado la frente y el anzuelo tirase hacia atras frunciendo el ceño y soltando casi todas ensimismadas las letras en un mismo segundo: ¿Miedo?.

-Encantado- Le responde.