Se perdió una tuerca que rodó inalcanzable por el suelo. La
cera reciente aportó gran flexibilidad a los movimientos del metal que se iba
perdiendo vaya a saber uno sobre que recoveco de la madera levantada. La habitación
parecía ser cómplice y reflejaba el eco de cada golpe salpicado. Cada vez más
lejos de la mano que sostenía tiesa el reloj. No podía apartar los dedos por
miedo a que se desarmara completamente sobre mis pies descalzos. No sabía qué
hora era, ni hace cuánto tiempo se habían parado las agujas Ni siquiera era
capaz de ver entre la separación de cada dedo si realmente se había detenido el
segundero. Supuse que no llegaba con la hora a la entrevista y ya podía ver la
cara de Hernán completamente enfurecida por hacerlo quedar mal con su jefe,
porque me había recomendado, y yo estaba llegando tarde a todos lados.
Pero los pies descalzos no eran buenos compañeros del frío
de Abril, y los cordones parecían pelearse entre ellos a cada paso queriendo
que me caiga sobre mi propio cuerpo para atajarme con las manos atadas al
tiempo muerto y así perderme la cita coordinada y llegando tarde sin saber que
estaba llegando tarde para encontrarme frente a frente con la cara de Hernán
que ya empieza a escupirme el rostro insultándome a pocos centímetros de la
cara, y zambulléndome el cuerpo en un mar de baba pero sin alcanzar mis ojos
porque a todo momento mantengo la mirada gacha sobre el reloj pulsera que no me
deja ver la hora, solo los pies descalzos un poco blancos por el frío de Abril
que dormía calmo sobre la madera levantada de la habitación.