"Cuando se mira largamente una cara que está frente a ti,
mirándola para que no se aleje mientras está frente a ti, mirándola para que no
haya mirar sin ver, bruma en tu mirada que atraviesa caras como si fueran
cristales, mirándola, digo, con pasión y necesidad, sucede, sin que lo sepas
sino mucho después, que no la has mirado contrariamente a lo que creíste. Cómo
se produce este olvido: he aquí lo que quisieras averiguar. Tú miras, has
mirado, no perdiste un solo gesto, ninguna sonrisa: registraste y asimilaste.
Bebiste de ese rostro como sólo puede hacerlo una sedienta legendaria como tú.
Pero sales con la garganta seca, los ojos dolidos, buscando en tu ausencia la
imagen que contemplaste sin fin. Vas por las calles, increída y flotante, y te
preguntas si no fue verdad que estuviste sentada frente a ese rostro. Tu
combate con la desaparición es arduo: te enciendes, te enloqueces, por
recordar. Buscas, buscas en ti entre tus escombros, entre tus fragmentos
inutilizables. Porque si no lo recuerdas instantes después de haberlo visto
ello será la señal precursora de una búsqueda que durará días, hasta que te
veas de nuevo frente a frente, consumida por las noches de odio y de amor de tu
frenética memoria y con una decisión que siempre te resulta nueva, te sentarás
y mirarás esa cara hasta que tu mirada se pulverice. Sabes que si logras
retenerla en ti el deseo morirá. Sabes que si esa cara llega a pasar una
temporada en tu memoria —esa cara tal como es en sí misma — tú serás salvada
(por la exactitud y la fidelidad, ángeles que apenas conozco y que admiro con
delirio).
Pero no es así. No la recuerdas. Ahora que han pasado
tantas horas te preguntas por infinitésima vez cómo era. La tienes dentro de
ti, la sientes resbalar por tus nervios, la sabes flotando dulcemente dentro de
tus ojos. No sabes qué hacer con esa cara que no recuerdas: ¿amarla?, ¿odiarla?
Si la amas te delirarás en un llamado mental: pronunciar su nombre y desear que
venga ya, ahora mismo, o saldrás a su encuentro imposible, por las calles que
te ordena atravesar tu locura. Si la odias, tienes deseos de matarte para
matarla, pues esté donde esté sólo está en ti y si tú mueres morirá ella. La
probabilidad de odiar un rostro que naufraga en tu inolvido te aterroriza:
quisieras pedir auxilio como si hubieras tragado ratas. La de amar te es menos
cruel: te [tiras] acuestas en el suelo y con los ojos muy cerrados recitas
poemas de todos los siglos y en varios idiomas. Pues siempre hubo gemidos
semejantes al tuyo y es suave como una mano de terciopelo musitar sílabas que
se unen para decir hermosamente la imposibilidad de un amor que no muere.
A veces, el resentimiento por el abandono y la soledad se
hace tan fustigante que odias a diestra y siniestra, odias cualquier emanación
viviente —amantes, amigos, perros, pájaros, flores—. Si al menos salieras a la
calle con un revólver o si envenenaras anónimamente. Desde tu silencio ruegas
por la muerte de todos y de cada uno. Y los odias hasta que oyes gritos y
entonces, al fin, sollozas como una maravillosa heroína romántica. Gritos en ti
que son los de tus anheladas víctimas. Pero yo me río de mi crueldad de
juguete. No por eso sufres menos cuando odias porque bien sabes que no te ha
sido dado el odio al género humano sino un odio muy peculiar, que destinas a
muy pocos seres y se particulariza en aquellos que por alguna razón quieren
ayudarme a salir de mi delirio. Es así como a veces, ahogando en tus ojos el
odio, miras a esos seres angélicos que te miran con dulzura y afecto, y de
pronto, cierras los ojos muy fuerte, como si quisieras romperlos, porque nada
más doloroso que odiar a la única persona que podría salvarte. ¿Pero qué
quiero? Me han ayudado varias veces en mi vida, he conocido rostros magnéticos
que emanaban una piedad sin límites por mi persona doliente. (Si te suicidas
por agua, cómo no odiar al que te obliga a respirar forzando tus miembros hasta
arrancarte una aceptación física del mundo.) Nadie te obliga a verte con esos
ángeles. Si no me viera con ellos, si alguno de ellos desapareciera, mi dolor
sería ilimitado y difuso. ¿Qué quiero entonces? Quisiera rogarles que yo no los
odie. Absurdo. Paradoja. La verdad es otra: también tu deseo es ilimitado y
difuso y una coleccionista maníaca que yo conozco quisiera tener esos ángeles
para ella sola pues ella no soporta que sean ángeles también para otros dolientes
y sufridos. Tenerlos aquí, en esta habitación, sobre la chimenea o
desparramados por las sillas como antaño las muñecas adoradas.
Mas, como no es así, ella los odia con un terror
indecible. Porque ¿quién me escuchará si le digo: "Te odio, te necesito, ven
a vivir conmigo, hagamos juntos el odio, el amor, lo que tú quieras pero
juntos"? Un castillo rodeado de fosas, una casa sin ventanas ni puertas.
Adentro, amor mío, siempre entre muros mudos y sin sonido y sin palabras y sin
comunicación alguna con lo que yace o camina bajo el viento asesino de esta
noche. Tendremos instrumentos de tortura. Tendremos todos los libros de poesía
que existen en el mundo. Toda la música. Todos los alcoholes que arden en los
ojos y corroen el odio. Nos embriagaremos hasta oscilar como seres de una
materia fosforescente, y diremos tantos poemas que nuestras lenguas se
incendiarán como rosas. Sin ventanas, amor mío, sin puertas, sólo una casa, un
palacio, una bohardilla lúgubremente sorda y ciega y amparadora. Y si viene el
sol, si descubro huellas de claridad en el suelo, tú me dejarás llorar sobre
ti, y me ayudarás con palabras que atraigan al olvido y a la noche desesperada
de siempre. En verdad no te odio, te amo y te llamo. Te llamo y no vienes.
Ahora te odio. Y tendremos lejos los relojes y no nombraremos al tiempo. Y haré
poemas que iluminarán todos los silencios. De esta manera no habrá muerte ni
soles sino sangre, alcohol, palabras extrañas y nuestros sexos unidos. Pero tú
no vienes, no vendrás, y yo sé que no vendrás. Si supieras que no puedes
no venir. Aunque no estás aquí, la orgía se inicia, comienzo a beber, a aullar
los poemas más bellos, a reír y a llorar en la noche de tu ausencia, hasta que
me arrojo sobre tu pobre representación y lloro hasta que nadie me consuela.
"Aún no es así", dices. Sientes tus huesos, tu mala respiración. La
habitación llena de humo, de mal. Pestilencia de lo que se desea en vano. En
vano escribes porque vano es el lenguaje para quien aspira a una alta tensión
del silencio. Mi miseria, mi mirada. Milagro de la que aún vive y sobrevive.
Todo cadáver hacinado en la memoria. Tu lápida será una sílaba: NO.
Inquieta buscar en el mismo sitio de siempre. Lo que no
se encuentra termina por ser presencia. Y yo sé lo que digo, lo sé tanto que no
debiera decírmelo de nuevo. Pero mi lengua procaz no se deshabitúa de rumiar
siempre lo de siempre. Y además, qué puro gozo en la noche martirizarme con
invocaciones y llamados. Yo me asusto. Yo me pongo una sábana negra y me acerco
al espejo con un cirio y me hago señales de adiós.
No te decides a entrar en una laboriosidad forzada, a
cumplir con un decálogo de horas y minutos que te haría transitar con menos
pena por este sitio desolado. No, más vale la soledad entre cuatro paredes
sucias, la soledad violentada, en pugna con los relojes, los deseos, la tensión
de la nostalgia. Más vale el mundo de cenizas que me ciñe. Más vale esta
pornografía, esta desesperación, este escándalo, este gritar así nomás porque
sí nomás, este escamotearse al aire puro, al aire.
Cada vez que digo amor mi furia no tiene límite. Cada vez
que digo odio mi miedo no tiene límite. Si alguien intercediera por mí. ¿Ante
quién? ¿Para decir qué cosa? Que digan, aunque sea, que la noche pasa, y el
alba está cercana y mañana también será un día y que todo esto es espantoso. "