miércoles, 15 de marzo de 2017

Cascaras previas a la partida



Los ojos se hunden como clavos y traspasan las telas finas de la cama que te abraza la muerte. La tela se ha rasgado y te preocupas por lo que va a pensar la criada que se acuesta con los búfalos pausados en el tiempo, colgados y amoldados a la ilusión de un ser que solo se alimenta de fragmentos de entidades que ya no están, hombre que se ha creído dueño del hogar de sus ideas.

El reloj comienza cuando las cámaras se apagan. Ahí está la criada, en la habitación contigua,  montada en uno de los cuernos que corta sus piernas, entra y la hace florecer, al mismo tiempo que ella llora el recuerdo de una casa vacía.
Olfatea los huecos de un perfume olvidado que ha dormido durante días y aun respira la piel de su amo. Aquel elixir ha caminado hasta el techo, ha danzado sobre objetos, y se ha resguardado hasta aquel momento en los cráneos desmontados. Los momentos pasados son atraídos como imán hacia las fosas de un rostro que inspira esperanza.
Mirada invertida en vertical al cambiar las coordenadas del deseo del animal removido de su centro. Los cimientos que lo sostenían han sido arrancados y hoy la tierra es su aliada.
Los cuadros del cuarto han mutado!  Las niñas desnudas se caen de sus marcos, corretean con los pelos alborotados, se palmean las nalgas mientras se ahogan con la saliva acumulada por la extensa risa y cantan con gargajos al unísono:

- Padre, has encarnado en los dedos que han acariciado la caja que guarda la pieza faltante del rompecabezas. Has sido la llave hacia el placer culposo de la satisfacción empujada por la libido sin límites. Hemos sido capaces de saltar el muro hacia el sol, y nos hemos encastrado completas. El paisaje ya no esta rasgado. Por eso te soltamos y  dejamos manco, para que introduzcas los cayos de tus muñones en un cuerpo desbastado y puedas, así,  plantar tu árbol para crear amor donde no exista.

Todo es fiesta en la habitación contigua, mientras  la sangre negra escribe la lápida con el nombre del feto que ha perdido el tren con parada en la vida, quedando varado en el útero de la flor que te mastica diariamente las mandíbulas cortadas. Este ha esperado la llegada de tu espalda, se ha escondido en una bolsa y su alma ha comido bocanadas de la tuya, aplicando previamente anestesia de memoria. Siendo consiente del riesgo que corría aun cuando dormías para despertar, ha intentado, de todas formas, acomodarse hasta este día en el que te estas sacrificando.  Búsqueda impasible de la libertad que te separe de la extrañeza de tus pieles de invierno.
Los pies de las pequeñas empujan fuertemente el piso haciendo vibrar la mano que lidera la escritura del finado. Las señoritas repiten sin dulzura:

-Niño, no nos mires más! Tus ideales tienen el peso de cien elefantes sobre nuestras muñecas, y el plástico se funde en la negación por la fuerza impuesta de las patas de piedra que nos aplanan. El Padre también te besa a ti la frente y te empuja hacia el aire, dejándose sin boca. Es el quien sella el pergamino.
Suéltanos los manos presas de un destino que no nos corresponde!

El cuerno golpea el útero de la criada y se acompasa al galope de los pies de las niñas que siguen desbordando los cuadros, cayendo de cara contra el suelo que se gesta. El parto se sella con un grito seco que disuelve la pared del cuarto que los separa.
La mujer ya no cae, sino que se eleva en los brazos de las niñas que la entierran en los escombros de materia infértil y la cubren con el flujo que se ha estancado en la boca del búfalo, cajón de los temores, mientras vos vas cociendo las telas con peso negativo.
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La transparencia destaca el brillo que se escurre por tus huesos. La sangre se ha coagulado alrededor de tus ojos, volviéndose redonda. Con la aguja te dibujas el iris y la pupila. Te vistes con la misma levedad que te levantas de los mundos paralelos de las millones de posibilidades que coexisten en cada punto sobre el espacio. Anudas el ruedo de tus sueños, cortas el hilo y emprendes camino.