viernes, 2 de febrero de 2018


Quise llorar tras la caída. El pantalón se habia rasgado y ahí estaba mi sangre asomándose por la ventana de tela recién construida. Por alguna lado debía de rebalsar y respirar.
Quise llorar y me contuve. Tal vez por vergüenza ante los dos muchachos que se acercaron para verme levantarme y reorganizar la cadena enroscada en los metales. Quise andar y desahogarme, pero tuve que frenarme una vez mas y desajustarla del engranaje. La rueda no giraba y no quería arrastrar su peso unas cuatro cuadras. Ya bastante cargada andaba en mi pecho, y las lagrimas alborotadas se acumulaban sobre la idea próxima a eyacular del lagrimal.
Quise llorar tras levantarme porque aun me sentía desplomada sobre el suelo, a pensar de ir andando arrastrando el pie izquierdo. Y por mas que llorase ahora, las ganas seguirían agazapadas en los párpados, porque no puedo recuperarme de las angustias de un tiempo anterior. Hoy ha sido demasiado tarde. Aunque remoje el Nilo, y devuelva vida a los desiertos, y cree oasis donde fecunda la vida, todo moriría al fin y al cabo, ya que el tiempo muerto nos mataría. La angustia del agua que beberíamos seria tan feroz, que cortarla la garganta, y desmenuzaría la piel de los peces, al igual que desmenuza mi vida, y la vuelve retazos que me dispongo a lamer tratando de absorberlos y entenderlos de una vez por todas.
Y cuando invento un charco derramado de mis faros, soy capaz de percibirme en el reflejo, y es ahí cuando me hablo y busco la manera de, a travez del silencio, comprender lo incomprensible del amor.